«Esto es un asalto!».

«Chocamos».

«Murió José».

“Te casas conmigo?

Esas son frases que normalmente nos toman por sorpresa y generan en nosotros una súbita emoción. También es probable que, si las volvemos a escuchar dentro de tres meses en un tono y volumen similares a la primera vez, experimentemos la misma emoción de aquel sorpresivo momento. Esto sucede porque se ha marcado en nuestro cerebro un mapa neuronal, es decir, la emoción fue tan fuerte que se imprimió en nuestro cerebro un camino directo entre el estímulo y nuestra reacción. Las neuronas, que son las células que trabajan en nuestro sistema nervioso, hacen su trillo en toda esa masa gris que llamamos cerebro y dejan el camino trazado para que nuestro cuerpo recuerde cómo reaccionar en el futuro ante una frase similar.

Pero vamos un poco más allá. Tratemos de recordar la última vez que nos dieron una noticia muy positiva, de esas que nos dejan brincando de alegría. Voy a suponer tres posibles ejemplos: «Vas a ser mamá!», «Estás contratado!» y «Te ganaste la lotería». Ahora recordemos alguna vez en que sentimos algo no tan bonito, regresemos en el tiempo a las milésimas de segundo antes de que alguien dijera lo obvio. «Tiembla!»

Si pudiéramos congelar ambas imágenes, tanto la buenísima noticia como la identificación del temblor, nos daríamos cuenta de que la reacción que tiene nuestro cuerpo en esos casos es prácticamente la misma: el corazón palpita en forma acelerada, levantamos las cejas, abrimos la boca, sentimos un «hueco» en el estómago y un cosquilleo en manos y pies. Todas estas son reacciones involuntarias, es decir, no las tenemos que pensar; simplemente nuestro cuerpo reacciona. Ese es un mecanismo de defensa con el que la madre naturaleza nos ha datado para que podamos sobrevivir. Según una teoría evolutiva, el hombre era cazador y recolector hace varios miles de años y su sobrevivencia dependía de poder hacer frente a los peligros de su entorno. Uno de esos peligros eran los animales salvajes que tenía cerca. Entonces, su

instinto le decía si podía pelear o si era preferible correr y escapar de un rival más fuerte. Con el paso del tiempo esa respuesta se fue imprimiendo en nuestros genes y es así como llegamos a tener esas reacciones de forma inconsciente: el corazón bombea sangre a nuestras manos y piernas en preparación de una posible lucha o huida, levantamos las cejas para tener más luz visual y abrimos la boca para absorber más oxígeno.

Un detalle interesante es que nuestro cerebro actúa por asociación y no por validación. Es decir, nuestro cerebro no se espera a confirmar si una situación es realmente peligrosa antes de enviar las órdenes al resto del cuerpo para que se activen las emociones. Con el sólo hecho de que asocie un elemento con alguna situación peligrosa del pasado, esa maravillosa máquina llamada cerebro va a responder como si el peligro fuera real. Es por esta razón que un «Tiembla» y un

«Te sacaste la lotería» provocan una reacción emocionalmente idéntica, y no es sino hasta segundos después que entendemos que en la primera situación puede haber efectivamente un peligro de daño físico, mientras que en la segunda captamos poco a poco que algunos problemas financieros serán asunto del pasado.

La parte del cerebro donde almacenamos nuestra «memoria» emocional se llama amígdala, y es la responsable por resguardarnos de potenciales peligros. Luego, la neo corteza cerebral nos equipa con todo el razonamiento lógico y frío, así como los datos objetivos que recolectamos en nuestra vida. Por ejemplo, en la neo corteza almacenamos el nombre de una receta de cocina, y la amígdala es la que nos recuerda si esa receta nos gusta o no.

Entre el estímulo y la reacción se encuentra el espacio en el que la inteligencia emocional adquiere todo su esplendor. Si bien algunas reacciones no dejarán de ser involuntarias, podemos reprogramar nuestros mapas neuronales para ser intencionales en nuestra respuesta ante situaciones específicas. Quizás el estímulo es una palabra que me irrita o una imagen que me deprime. Si logro entender las causas de esas reacciones estaré en una mejor posición para escoger una respuesta diferente. En vez de suprimir emociones debemos trabajar en dar significados diferentes a los estímulos que las generan. Así es como podemos construir un mundo emocional positivo y rico en energía creativa.

“Nosotros no pensamos en palabras y frases.

Solo pensamos en figuras o imágenes.”

David J. Schwartz, ¨Pensar en grande¨.

Autor: Cristian Arrieta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¿Necesitas ayuda?